jueves, 28 de junio de 2012

Ojos que no ven


Ojos que no ven
Yo no lo vi. Sólo escuché la historia. El muchacho falleció. Llegó con el cerebro fuera de la cabeza el domingo en la tarde después de celebrar un cumpleaños de familia.
Yo no lo vi, sólo lo escuché. Su madre conducía otro automóvil unos carros más adelante. Él la llamó para decirle que lo chocaban una y otra vez por detrás.
¿Qué hago?
Ella le dio alternativas, instrucciones, imaginando lo peor sin que hubiese sucedido, implorando en algún lugar de su mente que no, que no le hicieran daño, que estaban cerca, que ella lo protegería. Que Dios, por favor, Dios, protégelo. Tal vez ya era tarde cuando lo pidió, unos segundos, una fracción de segundos, ya le habían disparado. ¿Escuchó ella el disparo por el celular?
Ella llegó, encontró a su hijo con la cabeza deshecha. ¿Qué quedaría de esa frente que ella besó, de esa cabeza que acarició, de esa mente que cultivó, guió, enseñó? Cargó, con seguridad abrazó, ese cuerpo que durante nueve meses fue parte de ella, esa criatura que ayudó a caminar por primera vez, a la que le celebró sus primeros dibujos, sus primeras letras, sus primeras lecturas. La cabeza deshecha…
Yo no lo vi. Sólo lo escuché… Imaginé… los cristales salpicados de sangre y cerebro. Imaginé las manos de ella, ensangrentadas, recogiéndolo, cargándolo…
Yo no lo conocí. Hoy lo vi por primera vez. Un niñito, como cualquier otro, sentado junto a otro en una foto de la niñez. Una foto como la que yo le tomé a mi hijo en su field day, como la que tú le tomaste al tuyo en la graduación de kinder, como la que ella le tomó al de ella chapaleteando en un a piscina, como la de nosotros, la que cada uno de nosotros tiene en algún álbum de familia para recordar la niñez de los nuestros. ¿Qué pensará ella, el padre, la hermana, la abuela, el abuelo cuando vean la cara de ese niño en las fotos de familia?
Yo no lo vi, yo no lo conocí. Ojos que no ven, corazón que no….siente.

miércoles, 27 de junio de 2012

El juego


El juego de la ruleta rusa en Puerto Rico
¿Por qué?¿Por qué asesinaron a madre e hija en la floristería?
¿Porque estaban atendiendo el negocio? ¿Porque estaban allí? Porque… ¿porque no había suficiente dinero en la caja? ¿Porque una se llamaba Rosa, les dio gracia la coincidencia y tiraron del gatillo? Porque ¿sí…?
¿Por qué le volaron de la cabeza de un disparo al muchacho que regresaba de un cumpleaños de familia? ¿Porque iba en un automóvil caro? ¿Porque era domingo en la tarde? ¿Porque se veía blanquito? ¿Porque iba por la carretera? ¿Porque tenía diez y siete años? Porque ¿sí…?
¿Por qué hace más de cuatro años una madre no sabe por qué su hijo llegó abaleado y muerto al hospital? ¿Porque el muchacho estrelló su carro contra la verja de un lugar de cuido? ¿Porque era inmaduro? ¿Porque tuvo mala suerte? Porque ¿sí?
¿Por qué no se sabe quién asesinó a un niño es su cama, en su cuarto, en su casa? ¿Porque tenía siete años? ¿Porque era varón? ¿Porque dormía? Porque ¿sí?
¿Por qué asesinaron a una joven y a su novio en un estacionamiento? ¿Porque era de noche? ¿Porque eran jóvenes? ¿Porque se divertían? ¿Porque se querían? ¿Porque tenían ilusiones? Porque ¿sí?
Una interminable lista de porqués.
¿Por qué me debe importar a mi o a cualquiera en este país los asesinatos con y sin aparente sentido de gentes, es su mayoría extraños?
Porque: a todos nos toca ir al supermercado; porque podemos vernos blanquitos, trigueños o negros y caerle mal a otro; porque podemos vernos ricos, pobres o indigentes y no valer nada; porque atendemos el negocio; porque echamos gasolina; porque recogemos a nuestro hijo o hija en la escuela; porque vamos por el expreso al trabajo; porque viajamos por la carretera a las dos de la tarde o a las ocho de la mañana, lunes, martes o domingo; por que vamos a la playa; porque intentamos, porque necesitamos vivir.
Porque aunque no sea con nosotros o los nuestros la mancha de dolor, de impotencia, de miedo se amplía y crece y un día, sin darnos cuenta, estamos dentro del charco y tenemos los pies y el alma empapados por la desgracia. Porque sí…
Hasta que la bala no se aloja en la espalda, la cabeza, el estómago de alguien que conocemos el otro tiene el problema. Mientras no se vuele el seso de mis miedos, de sentimientos o ilusiones, miro en otra dirección, paso la página, lo resuelvo con que se maten entre ellos, no merecen compasión.
El domingo me reúno con mi cuates del espíritu, rezo por los miembros de mi club, canto, alabo a Yahvé,  a Jehová, a Dios y a Jesucristo y allá aquellos que no me conciernen hasta un día que el revolver se dispara y en la camarilla había una bala y revienta la ilusión de que conmigo, con los míos, con los que conozco no es. Entonces me vuelvo a Yahvé, a Jehová, a Dios, a Jesucristo y le pido clemencia, misericordia, caridad para ese que agoniza, que  otro creó con su violencia.
Porque vivo con control de acceso, le pisoteo la dignidad al que intenta pasar por mi vecindario, afuera cultivo, junto a mis vecinos, una tierra de nadie, un páramo de violencia por el que tendré que pasar tarde o temprano. Pero eso no lo pienso. Estoy, estamos seguros… Cierro el portón y me quedo en casa con alarma, cisterna, planta eléctrica… y pronto, ahora, dependiendo de mi ira contra el otro, saco un permiso para poseer armas, me apunto para unas clases de tiro y si se me cruzan los vuelo a ellos… porque a todos nos toca en el momento menos pensado.
En Puerto Rico viven, mal contados, cuatro millones de personas. Apuesto que de cada cinco tres cargan un arma como herramienta de trabajo. Entonces, de cada cien sesenta pueden volarnos la ilusión, ya sea por defenderse, por miedo o porque sí, de que estamos seguros, de que conmigo, contigo, con los tuyos, con los míos, no es.
Pregúntate si la violencia se trata del otro. Imagina que el arma te apunta y la bala tiene un nombre que conoces. Esa es la naturaleza del juego. Una ruleta rusa en la que cualquier es el blanco porque el otro tiene una banda que le cubre los ojos con el razonamiento de que te mato porque tú no eres de los míos. En la realidad civil que vivimos todos estamos sentados a la mesa de juego queramos o no participar. Hemos regresamos, en nuestro oscurantismo social, a los tiempos bíblicos; pagan justos por pecadores. Me pregunto: ¿hay justos en este juego?